Malas noticias, no hay fórmulas.
Todos los años, al finalizar el
periodo lectivo, suelo preguntarme, ¿Cómo mejorar mis clases? ¿Cómo llegar con
el conocimiento a todos los niños? ¿Cómo volver más efectivos mi métodos? Y la
respuesta es tan triste como incierta, hay que improvisar. Cualquier Colega
profesor que pueda estar leyendo esto sentirá comezón en el cuerpo y un
profundo deseo de buscar mi dirección para ir a quemar mi casa (conmigo adentro).
Y es que el sistema nos ha impuesto la planificación de las clases, esa que
tiene una estructura obvia, inicio, desarrollo y cierre (planificación clase a
clase) como la panacea de la educación, la clave del éxito, y si no planificas
no mereces llamarte profesor. Dentro de una sala de clases, esto es tan cierto
como falso, me explico.
Un docente debe enfrentarse a un
curso distinto cada año, cada semestre, cada día. Porque cada uno de los 31
alumnos (cantidad que está muy por debajo de la media y que aun así me parece
aberrante) es un mundo en cambio constante. Y al momento de planificar una
clase, nos imaginamos situaciones para cierto tipo de alumnos, los que creemos
conocer, los de la semana pasada. Y cuando intentamos aplicar aquello que con
tanto esfuerzo y esmero hemos preparado, resulta que nada logra funcionar como
se esperaba porque los niños están en otra, cansados, enojados por que los
castigaron en la casa, aburridos porque ya vieron la materia en un video de
youtube, etc.
En lo personal, confieso que he
tenido clases magistrales en las cuales logro captar la atención de los jóvenes
y hacerlos participar y trabajar, ellos se divierten y aprenden y yo me
divierto con ellos. Pero también he tenido clases paupérrimas, en las que salgo
de la sala cuestionando mi vocación, porque tenía todo planificado, pero nada
resultó según el plan y no tuve el tino necesario para revertir una mala
situación que no había contemplado (es imposible prever todas las
posibilidades), o mi capacidad de improvisación no fue lo suficientemente buena
o simplemente me ganó el estrés y el enojo (somos personas).
También es muy cierto que tener
un orden en la progresión de los contenidos resulta necesario, no podemos
aprender a multiplicar sin antes haber aprendido a sumar o incluso a contar. Darles
una estructura a las cosas las vuelve más eficaces y eficientes. Nadie construye una casa sin haberla
planificado antes, nadie hace una película sin un guion. Pero no somos casas, y
algunos de los momentos más memorables de las películas han sido improvisados
(¿me hablas a mí?, ¿me hablas a mi? Porque yo no veo a nadie más)
Entonces, ¿es bueno? ¿malo? ¿podemos
enseñar sin planificar?
En otra entrada del blog mencioné
brevemente que el aprendizaje surge con la necesidad, el interés o incluso la
admiración, en el momento y lugar indicado. Esto no se puede forzar, no podemos
imponer el momento ni la necesidad si queremos lograr una internalización del
conocimiento o de la conducta deseada. De hecho, ocurre casi lo contrario,
cuando intentamos imponer algo a un niño o joven, su cerebro lo considera una
amenaza a su bienestar y de inmediato se pone a la defensiva, intenta huir del
problema intenta escapar de la situación y el aprendizaje ocurre a medias. No
podemos planificar cuándo el niño va a tener interés por aprender, eso es algo
personal. Sin embargo, también en cierto que, haciendo un maravilloso trabajo
de inducción, podemos llamar la atención del estudiante y captar (manipular,
seamos francos) su interés. Similar a lo que ocurre con la publicidad, si
utilizamos los estímulos correctos, podemos motivar a alguien a interesarse por
algo. Esto último no es nada fácil, pero se puede lograr, con un alto porcentaje
de éxito, si conocemos muy bien a la persona a quien intentamos inducir ¿Y quién
puede conocer mejor a un niño que sus propios padres? es obvio ¿no? Viven juntos,
se conocen las <mañas>, se aman. Ese nivel de conocimiento y confianza
jamás podrá existir en un establecimiento educacional.
Hay etapas en la vida de un niño
en las que es más fácil manipular sus intereses y captar su atención, pero con
el tiempo, se vuelve más y más difícil a causa de la necesidad biológica que
tiene el joven de buscar su propia identidad, de definir sus propios intereses
y así prepararse para la vida adulta, lejos de los padres. Entonces no hay
problema con planificar una actividad, una clase, esto siempre será util, pero
no es la mejor manera de lograr un aprendizaje. La mejor clase será aquella que
nazca del interés del educando. Si en algún momento de enseñanza - aprendizaje
usted detecta una falta de interés, es la hora de cambiar la estrategia o el
tema, tomen un descanso y miren a su alrededor, quizás encuentre algún estimulo
que llame su atención, un gusanito en la tierra que motive el aprendizaje sobre
la naturaleza, o la portada de un libro llamativo que incite a su lectura. En
el hogar, cada instancia, cada situación, puede ser utilizada para el
aprendizaje solo hay que tener la creatividad suficiente para tornar las cosas
simples y cotidianas en situaciones de estudio, y no necesita ser un experto en
alguna materia para conseguirlo, internet es una vasta colección de
conocimientos, solo hay que saber buscar, e incluso, si las materias se tornan
muy pesadas o complejas, también nos permite optar por pedir ayuda a algún experto
en la materia haciendo solo un par de clics y a un buen precio.
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